jueves, 23 de febrero de 2012

ÉTICA MUNDIAL: FUNDAMENTO PARA EL DIÁLOGO DE LAS CULTURAS (H. Küng)


ÉTICA MUNDIAL: FUNDAMENTO PARA EL DIÁLOGO DE LAS CULTURAS (H. Küng)


Supone para mí una inmensa alegría el poder disfrutar nuevamente de la ocasión de hablar en su ciudad. Todavía sigo firmando algunas de mis cartas con la her­mosa estilográfica con la que, en una de mis visitas, firmara en el Libro de Oro de la ciudad de Barcelona, y que lleva gra­bado el escudo de la ciudad. Al igual que en Madrid, también me hubiera gustado leerles a ustedes algunas escenas tomadas de mi autobiografía. Por ejemplo, aquella simpática anécdota sobre la diferen­cia entre Barcelona y Madrid, una diferencia que naturalmente ustedes conocen bien, y que me contó, ya en 1957, un pediatra catalán durante un largo viaje en tren de Suiza a Barcelona, lo cual me hizo recordar la diferencia entre las ciu­dades italianas de Roma y Milán. Mi interlocutor había acudido un lunes por la mañana a un ministerio en Madrid, encontrándoselo cerrado. «¿Es que aquí no se trabaja?», le preguntó al conserje. Tras la ventanilla enrejada éste le contestó: «Eso es por la tarde». Y el catalán, dirigiéndose a mí: «¿Está claro? Eso es Madrid: por la mañana de vacaciones, y por la tarde a hacer el holgazán...». Comprendí lo que me decía. Pero los clichés están para ser corregidos.

Sin embargo, tengo que renunciar a leerles aquí ésta y alguna otra emocionante escena. Pues el año que viene tendrá lugar en su ciudad un gran acontecimiento, que seguramente será digno de atención en todo el mundo. Se celebrará aquí el próximo Parlamento de las Religiones del Mundo bajo el lema: «El arte de saber escuchar, el poder del compromiso».

Se trata ya del tercer Parlamento de las Religiones del Mundo, en el cual, según las previsiones, tomaré parte activa. Esto también es algo que pertenece a mi autobiografía y que, cada vez más, se ha ido convirtiendo en uno de los temas de mi vida. Ya en mis tiempos de estudiante en Roma tuve ocasión de ocuparme con el dogma supuestamente infalible que sostiene que «Fuera de la Iglesia no hay salvación», y llegué a la convicción de que hay salvación no sólo fuera de la Iglesia, sino también fuera de la cristiandad. El concilio Vaticano II, en el que me cupo el honor de participar como teólogo conciliar, confirmó oficialmente en 1965 esta convicción, iniciando así un giro sustancial tanto con respecto al judaísmo como al islam y, finalmente, respecto de todas las religiones del mundo. Desde muy pronto he podido mantener diálogos interreligiosos e interculturales en los más diversos países y circunstancias. Así me fui haciendo cada vez más consciente de que este diálogo incluye un aspecto altamente político, que he tratado de condensar en las siguientes frases:

—No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones.

—No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones.

Con la mirada puesta en el Parlamento del año que viene, quisiera ahora explicitar justamente esta dimensión del diálogo interreligioso, esbozando, a la luz de los acontecimientos más recientes, el nuevo paradigma de las relaciones internacionales, que se basa en determinados criterios éticos, presentes en todas las grandes tra­diciones religiosas y filosóficas de la humanidad. Permítanme por ello entrar directamente en la problemática, comenzando por esbozar el viejo paradigma, ya superado, de las relaciones internacionales.

1. El paradigma superado de las relaciones internacionales

Quiero recordarles, damas y caballeros, tres fechas simbólicas, de todos conocidas, que señalan el lento y trabajoso final del viejo paradigma, a la vez que anuncian la implantación del nuevo paradigma de las relaciones internacionales: el anuncio (1918), la realización (1945) y, finalmente, la irrupción (1989).

1918: fin de la Primera Guerra Mundial, con un balance de unos 10 millones de muertos. Colapso del imperio alemán, del imperio de los Habsburgo, del imperio zarista, del otomano y, antes aún, del imperio chino. Al mismo tiempo, presencia de tropas americanas en suelo europeo y nacimiento del imperio soviético. Éste es el principio del fin del paradigma eurocéntrico‑imperialis­ta de la modernidad y el comienzo de un nuevo paradigma, aún no de­finido pero ya atisbado por los más clarividentes. Fue propuesto por Estados Unidos. Con sus «14 puntos» el presidente Woodrow Wilson trazó (el 8 de enero de 1918) su programa de paz: una «paz justa» sin vencidos y la «autodeterminación de los pueblos» sin anexiones ni exigencias de reparación. Pero el «Versalles» de la “realpolitik” de Clémenceau y Lloyd George frenó la realización del nuevo paradigma: en lugar de una paz justa, una paz impuesta sin la partici­pación de los vencidos. En España, el agravamiento de la situación militar en Marruecos y los crecientes problemas sociales conducen, después de una huelga general, a una crisis del Estado y, finalmente, a la dictadura de Primo de Rivera. Las consecuencias de «Versalles» son conocidas: fascismo y nazismo (secundados en el lejano Oriente por el militarismo japonés) son los errores catastróficos y reac­cionarios que llevarán dos décadas más tarde a la Segunda Guerra Mundial, la peor de cuantas han existido en el mundo.

1945: final de la Segunda Guerra Mundial, con un balance de cerca de 50 millones de muertos y otros muchos millones de deportados. El nazismo y el fascismo resultan derrotados, pero el comunismo soviético es más fuerte que nunca hacia el exterior, aunque hacia dentro ya haya entrado en una crisis política, económica y social, a causa de la política estalinista. La iniciativa para un nuevo paradigma parte una vez más de Estados Unidos: fundación en 1945 de las Naciones Unidas, en San Francisco, y el tratado de Bretton‑Woods para la nueva ordenación de la economía mundial con la fundación del Fondo Monetario Interna­cional y el Banco Mundial; luego, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, y además la ayuda económica americana pa­ra la reconstrucción de Europa y su inclusión en el sistema de li­bre comercio. Pero el estalinismo bloqueó en su propio ámbito de influencia este nuevo paradigma y condujo a la división del mundo entre Este y Oeste.

1989: caída del muro de Berlín, símbolo de la deshumanización, del totalitarismo y del terrorismo de Estado. Tienen lugar el éxito de la revolución pacífica en Europa del Este y el desmoronamiento del comunismo soviético. Después de la Guerra del Golfo, de nuevo un presidente americano anuncia un nuevo paradigma, «a New World Order», lema que suscita en el mundo un eco entusiasta. Pero, a diferencia de su predecesor Wilson, no tenía el presidente George Bush padre demasiada idea de en qué iba a consistir este paradigma, calificado con perplejidad de «vision thing». Y, lejos de lo prometido, nada de democracia en Kuwait, ninguna exigencia de democratización en Arabia Saudí y en otros Estados autocráticos, ningún final de la ocupación de Palestina por Israel, caldo de cultivo de todo el terro­rismo árabe. En esta medida se plantea la pregunta de si no habremos, en el pasado decenio, descuidado por tercera vez, o incluso perdido definitivamente, la ocasión para un nuevo paradigma.

Y con todo. A pesar de las guerras, de las masacres y las corrientes de refugiados, a pesar del Archipiélago Gulag, del holocausto y de las bombas atómicas, no podemos ignorar en el siglo XX algunos cambios a mejor. Además de las numerosas conquistas cientifico‑tecno­lógicas, anteriormente inimaginables, los movimientos hacia una nueva constelación global postmoderna, que ya apuntaban después de 1918, han terminado imponiéndose después de 1945: movimiento paci­fista, movimiento feminista, movimiento ecológico y movimiento ecu­ménico; una nueva actitud con respecto a la guerra y el desarme, a la colaboración entre hombre y mujer, a las relaciones entre economía y ecología, entre las confesio­nes cristianas y las religiones del mundo.

En Europa han perdido prestigio en los últimos cien años las orientaciones po­líticas dominantes del imperialismo, del racismo y el nacionalismo. Mientras que el mundo africano, asiático y árabe sigue determinado por una política de poder nacional (¡importada de Europa!), puede constatarse un cambio de paradigma en los países de la Europa occidental que fueron cuna la de imperialismo, racismo y nacionalismo, origen de gran número de guerras, particularmente las dos guerras mundiales. Es hora, pues, de abandonar la política de enfrentamiento basada en el poder y el prestigio nacional, que no ha rehuido el recurso a los medios militares y cuyo fracaso ha quedado bien de manifiesto con las dos guerras mundiales, y es el momento de pasar a un nuevo modelo político común de cooperación e integración regional, el cual ha sido capaz de superar pacíficamente conflictos seculares. Esto también ha sido importante hasta ahora para los americanos: el resultado, no sólo para la Unión Europea, sino también para todo el ámbito de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo, fundada en 1961, pero con sus orígenes en 1948 - Así en la página web oficial de la OECD ), esto es, para los países industrializados occidentales (además de Europa, también Estados Unidos, Canadá, México, Australia, Nueva Zelanda y Japón), el resultado, digo, es medio siglo de paz en democracia. ¡Realmente, un logrado cambio de paradigma!

Después de este recorrido histórico, forzosamente breve, permítanme pasar, en una segunda parte, a una definición fundamental del nuevo paradigma de las relaciones internacionales, que ya he expuesto en libros como Proyecto de una ética mundial, yUna ética mundial para la economía y la política mundiales. Muchas de estas ideas se incorporaron en el año 2001 al Manifiesto para Naciones Unidas «Brücken in die Zukunft» [Puentes hacia el futuro]. Junto con el antiguo Presidente de la República Federal de Alemania, Richard von Weizsäcker, formé parte de un «Group of Eminent Persons», constituido por veinte personas, llamadas por el Secretario General Kofi Annan para elabo­rar un manifiesto sobre un nuevo paradigma de las relaciones interna­cionales. La ocasión de ello era el Año Internacional del Diálogo de las Culturas, iniciativa, por cierto, de un musulmán, el reformador presidente de Irán Mohammed Jatami. Pocas semanas después del 11 de septiembre, el 9 de noviembre de 2001, presentamos al Secre­tario General y a la Asamblea plenaria de Naciones Unidas nuestro manifiesto con el título «Crossing the Divide», publicado en alemán como Brücken in die Zukunft (Fischer Verlag 2001). Apoyado en estos datos personales y objetivos, permítanme, damas y caballeros, un breve esbozo del nuevo paradigma de las relacio­nes internacionales.

2. El nuevo paradigma de las relaciones internacionales y sus presupuestos éticos

Las experiencias en la Unión Europea y la OCDE permiten un sucinto esbozo de la nueva constelación política global en el que resulta imposible prescindir de ciertas categorías éticas. El nuevo para­digma podría resumirse de la manera siguiente: en lugar de la moderna política nacional de intereses, de poder y de prestigio, una polí­tica de entendimiento, acercamiento y reconciliación regionales. Francia y Alemania ya lo han realizado ejemplarmente venciendo no pocas dificultades, y existen procesos en marcha entre Alemania y Polonia, al igual que entre Alemania y Chequia. Todo ello exige en la acción política concreta, también en Oriente Próximo, Afganistán, Cachemira y Chipre una mutua coopera­ción, compromiso e integración, en lugar de la anterior confrontación, agresión y revancha.

Lo están viendo ya. Esta nueva constelación política global presupone, evidentemente, un cambio de mentalidad que va mucho más allá de la política cotidiana:

— No bastan para esto nuevas organizaciones, sino que se requiere una nuevaforma de pensar (mindset).

—La diferencia nacional, étnica o religiosa no puede ya entenderse fundamentalmente como amenaza, sino, al menos, como posible enrique­cimiento.

—Mientras que la forma de pensar en el viejo paradigma presuponía un enemigo, o incluso un enemigo ancestral, el pensamiento en el nuevo paradigma (como dentro de la Unión Europea) no necesita ya de enemigos, pero sí de socios, competidores y, a menudo, también de adversarios. En lugar de la confrontación militar, se impone en todos los planos la competencia económica.

—Pues está bien demostrado que la democracia y el bienestar no se promueven a largo plazo con la guerra, sino con la paz, no en la con­frontación o en la mera coexistencia, sino en la colaboración.

—Y, puesto que los conflictos de intereses (¡a veces muy viru­lentos!) suelen suavizarse con la cooperación y la ponderación de esos intereses, es posible una política que no consista en un juego de suma cero que acumule ganancias a costa de los demás, sino un juego de suma positiva en el que todos salgan ganando.

Claro es que en el nuevo paradigma la política no se ha vuelto sencillamente más fácil, sino que sigue siendo —aunque sin violencia— «el arte de lo posible». Para poder funcionar no puede fundarse en un pluralismo arbitrario “postmoderno”. Más bien presupone un consenso social con respecto a determina­dos valores, derechos y deberes fundamentales. Este consenso social básico debe ser compartido por todos los grupos sociales, por creyentes y no creyentes, por los miembros de las diferentes naciones, religiones, filosofías y concepciones del mundo.

En otras palabras: este consenso social, que un sistema demo­crático no debe imponer, sino presuponer, no consiste en un sistema ético común (ethics). Consiste en un fondo común que incluye valores y normas, derechos y deberes elementales, una actitud ética común (ethic), es decir, un ethos de la humanidad. Una ética mundial (global ethic) que no es una nueva ideología o «superestructura», sino que enlaza entre sí los re­cursos religioso‑fílosóficos comunes ya existentes de la humanidad, sin impo­nerlos legalmente desde fuera, sino interiorizándolos de manera consciente.

En este sentido, la ética mundial no se orienta a una responsa­bilidad colectiva que de algún modo pudiera exonerar el indivi­duo (como si la culpa de determinados males la tuvieran «las circunstancias», «la historia» o «el sistema»). Se dirige particu­larmente a la responsabilidad individual de cada uno en su puesto en la sociedad y, muy en especial, a la responsabilidad indivi­dual de los dirigentes políticos.

La libre adhesión a una ética común ha de ser apoyada sin duda por el derecho, que en determinadas circunstancias puede ser re­clamado judicialmente: en caso de genocidio, de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y agresión lesiva del derecho in­ternacional, y en la actualidad recurriendo incluso al Tribunal Penal Internacional de la Haya, en el caso de que un Estado firmante del tratado no pueda o no quiera perseguir judicialmente los crímenes cometidos en su territorio o perpetrados por sus soldados y autoridades.

3. Fundamentos éticos elementales de la política mundial

En la dramática situación política actual adquiere una nueva y ex­traordinaria urgencia la Declaración de una Ética Mundial del Parlamento de las Religiones del Mundo, realizada en Chicago en septiembre de 1993. Lo mismo cabe decir de la propuesta de InterAction Council —una asociación de antiguos jefes de Estado y de gobierno bajo la dirección del antiguo canciller alemán Helmut Schmidt— en favor de una declaración universal de los deberes humanos y, en fin, del «Llamamiento a nuestras instituciones rectoras» del Parlamento de las Religiones del Mundo reunido en Ciudad del Cabo en 1999. (Todos estos documentos pueden encontrarse en internet, en el portal www.weltethos.org.)

Ante las diarias imágenes de las brutales crueldades cometidas en los escenarios bélicos del mundo, cobran una actualidad totalmente nueva los principios formulados en Chicago hace diez años, como fundamentos de la política mundial y de toda sociedad civil. Sobre todo, el principio de humanidad: «Todo ser humano —varón o mujer, israelí o palestino, americano o afgano, ruso o checheno, soldado o prisionero de guerra— ha de ser tratado humanamente, esto es, con humanidad y no de un modo inhumano o bestial».

Y ante la espiral de violencia y represalia, como en Israel y Palestina, se impone laRegla de oro, que se encuentra ya en Con­fucio, muchos siglos antes de Cristo, pero también en los rabinos y, por supuesto, en el Sermón de la Montaña y en la tradición mu­sulmana: «Lo que no quieras que te hagan a ti, tampoco se lo hagas a otros». Estos dos principios fundamentales son desarrollados y concretados en la Declaración de Chicago en cuatro ámbitos centra­les de la convivencia humana:

• El compromiso a favor de una cultura de la no violencia y del respeto a toda vida. Ante las víctimas de la guerra en Irak, frente a todos los asesinatos en Israel y en los territorios ocupados, pero también ante los asesinatos en las escuelas americanas y europeas (¡Er­furt!), ¿no sigue siendo oportuno e importante reclamar la atención sobre el vetusto principio, que se encuentra en todas las grandes tradiciones de la humanidad: «¡No matarás!» o, expresado en tér­minos positivos, «Respeta toda forma de vida»?

• Compromiso a favor de una cultura de la solidaridad y de un orden económico justo. Ante la imparable epidemia de corrupción en la economía y los partidos, e incluso en la ciencia y la medicina, en la «apropiación» sin escrúpulos y los delitos “de puertas adentro” urdidos hasta en altos niveles de dirección, ¿no es urgente recurrir a la regla que se encuentra en todas las tradiciones éticas y religiosas: «¡No robarás!» o, expresado positivamente hoy en día, «¡Compórtate de un modo justo y honesto!»?

• Compromiso a favor de una cultura de la tolerancia y de un estilo de vida honrada y veraz. Ante la falsificación de balances por algunos empresarios, ante todas las mentiras de políticos y las mani­pulaciones publicitarias de los medios de comunicación, también en el contexto de la guerra de Irak, ¿acaso resulta importuno evocar el antiquísimo precepto de las religiones y filosofías: «¡No cometerás falso testimonio ni mentirás!» o, dicho en forma positiva hoy día, «¡Habla y actúa verazmente!»?

• Compromiso a favor de una cultura de la igualdad y el compañerismo entre hombre y mujer. Ante todos los abusos sexuales a niños y adolescentes, incluso en las Iglesias, y ante la explotación sexual de tantas mujeres, ¿no será inevitable llamar la atención sobre el inmemorial precepto, presente en todas las tradiciones éticas y religiosas: «¡No abusarás de la sexualidad!» o, en lenguaje más adaptado a nuestro tiempo, «¡Respetaos y amaos unos a otros!»?

Estos principios de la Declaración de Chicago de 1993 deberían pe­netrar en las conciencias del mayor número posible de personas, desde la ONU hasta nuestras escuelas, comunidades e Iglesias. Todo cuanto les he dicho sobre el tema «ética mundial y diálogo de las culturas» podría resumirse en la ponencia sobre el diálogo de las culturas que tuve el honor de leer el 9 de noviembre de 2001 ante la Asamblea plenaria de la ONU:

«Con enorme agradecimiento asumo el extraordinario honor de di­rigirme a esta alta Asamblea. En mi dedicación científica he consa­grado largos decenios, pese a no pocas dificultades, a promover la paz mundial mediante un diálogo de las culturas y las religiones. Me llena de gran esperanza para el futuro el hecho de que esta Asamblea haya puesto el “diálogo de las culturas” en su orden del día.

»Ante los actuales errores y confusiones, son muchas las personas que se preguntan: ¿Va realmente el siglo XXI a ser mejor que el siglo XX con toda su violencia y sus guerras? ¿Podremos realmente conseguir un nuevo, un mejor orden mundial? En el siglo XX hemos desperdiciado tres ocasiones para un nuevo orden mundial

— en 1918, después de la Primera Guerra Mundial, por culpa de la “realpolitik” europea.

— en 1945, después de la Segunda guerra Mundial, por culpa del estalinismo,

— en 1989, después de la reunificación alemana y de la guerra del Golfo, por culpa de una falta de visión.

Nuestro grupo propone esa visión de un nuevo paradigma de las rela­ciones internacionales que incorpore nuevos actores a la escena global.

»En nuestros días surgen de nuevo las religiones como actores en la política mundial. Es cierto que a lo largo de la historia las re­ligiones han mostrado con demasiada frecuencia su lado destructivo. Han sembrado y legitimado el odio, la enemistad, la violencia y hasta las guerras. Pero también han fomentado y legitimado en muchos casos la comprensión, la reconciliación, la colaboración y la paz. En los últimos decenios han surgido en todas partes del mundo fuertes iniciativas de diálogo interreligioso y de colaboración entre las religiones.

»Las religiones del mundo han descubierto en este diálogo que sus propias afirmaciones éticas fundamentales dan ulterior profundidad a los valores éticos seculares que se contienen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En el Parlamento de las Religio­nes del Mundo de 1993, en Chicago, más de 200 hombres y mujeres, re­presentantes de todas las religiones del mundo, expresaron por primera vez en la historia su consenso sobre algunos valores, actitudes y estándares éticos comunes como base para una ética mundial, los cuales han sido luego asumidos en el informe de nues­tro grupo de expertos para el Secretario General y la Asamblea plenaria de Naciones Unidas. ¿Cuál es, pues, la base para una ética mundial que pueda ser compartida por personas de todas las grandes religiones y tradiciones éticas?».

A continuación citaba yo los ya mencionados principios fundamen­tales de humanidad y reciprocidad y las orientaciones elementales de la Declaración de Chicago, concluyendo con estas palabras: «Al­gunos politólogos pronostican para el siglo XXI un “conflicto de las culturas”. Nosotros nos atrevemos a proponer una visión de fu­turo muy diferente; no un simple ideal optimista, sino una realista visión de esperanza; las religiones y culturas del mundo, en colabo­ración con todas las personas de buena voluntad, pueden ayudar a evitar ese choque de culturas si ponen consecuentemente en práctica las siguientes ideas:

—no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones;

—no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones;

—no habrá diálogo entre las religiones sin estándares éticos globales;

—no habrá supervivencia en paz y justicia en nuestro mundo global sin un nuevo paradigma de las relaciones internacionales, fundado en estándares éticos globales».

(Traducción: Gilberto Canal Marcos)


Para seguir leyendo

  • Hans Küng, Projekt We1tethos, Piper, München 1990 (ed. esp.: Proyecto de una ética mundial, Trotta, Madrid 1991, 6.ª ed. 2003).
  • Hans Küng, Weltethos für We1tpolitik und We1twirtschaft, Piper, München 1997 (ed. esp.: Una ética mundial para la economía y la política, Trotta, Madrid 1999).
  • Hans Küng y Karl‑Josef Kuschel (eds.). Wissenschaft und Weltethos, Piper,München 1998.
  • G. Picco, R. v. Weizsicker, H. Küng (y otros), Crossing the Di­vide. Dialogue among Civilizations, Seton Hall University, South Orange/NJ 2001 (ed. al.: Brücken in die Zukunft. Ein Manifest für den Dialog der Kulturen. Eine Initiative von Kofi Annan, S. Fischer, Frankfurt 2001).
  • Hans Küng (ed.), Dokumentation zum We1tethos, Piper, München 2002.
  • Hans Küng (ed.), Ja zum Weltethos, Piper, München 1995 (ed. esp.: Reivindicación de una ética mundial; ed. cat.: Reivindicació d’una ètica mundial, Trotta-Associació Unesco per al Dialeg Interreligión, Madrid, 2002).
  • Hans Küng, Wozu We1tethos? Religion und Etik in Zeiten der Glo­balisierung (im Gesprach mit Jürgen Hoeren), Herder, Freiburg 2002 (ed. esp.: ¿Por qué una ética mundial? Religión y ética en tiempos de globalización (Conversaciones con Jürgen Hoeren),Herder, Barcelona 2002).
  • Hans Küng, Erkämpfte Freiheit, Piper, München 20020 (ed.esp.: Libertad conquistada. Memorias, Trotta, Madrid 2003).

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